Versioncover, transcription, arrangement, paraphrase, variant, recomposition, remix, dub… ¡cuántas formas diversas (éstas, y muchas más) se han propuesto, a menudo en el marco de un mismo idioma y de una misma cultura musical, para hablar de todo aquello que puede hacerse a partir de una obra preexistente!

Generando o no nuevas partituras, o entremezclando de distinta forma nuevas estéticas, voces, instrumentos y recursos tecnológicos, la música se ha mostrado siempre abierta a la creación a partir del legado ajeno. La polifonía medieval y el jazz, el coral luterano y las paráfrasis decimonónicas, los arreglos en el tango y la superposición de capas de la electrónica de baile… nuestro pasado y nuestro presente están impregnados de músicas creadas en torno a músicas preexistentes.

Es cierto, sin embargo, que la música clásica ha querido encumbrar un modelo opuesto, y de por sí utópico: el verdadero artista sería el creador de obras absolutamente únicas y originales. De la fascinación por esta idea surgió la escisión entre la figura del compositor y la figura del intérprete, tan característica de la historia reciente de la que solemos denominar música clásica. Pero hoy muchos otros caminos se despliegan ante nosotros.

Nuestro proyecto quiere sondear uno de estos caminos, persiguiendo una nueva interacción entre la creación contemporánea y la ejecución del gran repertorio del pasado. Queremos rendir homenaje a ese repertorio, prestigioso patrimonio de nuestra cultura que sentimos como algo vivo y abierto. Un repertorio que ha llegado hasta nosotros precisamente gracias a su capacidad de adaptarse a estéticas, instrumentos, contextos y procesos interpretativos para los cuales no había nacido. Ni Bach pensó su Clave Bien Temperado para una sala de concierto, ni Mozart llegó a imaginarse que sus Conciertos se tocarían algún día sin bajo contínuo ni cadencias improvisadas, y con el público en silencio de principio a fin. Beethoven y Chopin no escribieron nunca para un Steinway D, y menos todavía pudieron imaginar que en el futuro tanta gente preferiría escuchar obras de compositores muertos, en lugar que las obras recientes. Pero ése fue el futuro, y allí supo estar su música, a menudo interpretada de un modo que poco tiene que ver con cómo esa música sonó entre sus dedos.

Seguir repensando hoy el repertorio del pasado no quiere en absoluto negar aquella prestigiosa historia, y menos todavía faltar el respeto a esos grandes autores. Si acaso, ubicando sus obras en un diálogo entre composición e interpretación, intentamos acercarlas al espíritu del que surgieron, un mundo previo a ese proceso de creciente especialización que ha marcado nuestra historia musical reciente.

Lo que hacemos con Tropos se basa en una idea: interpretar las obras del repertorio tal como la tradición nos las ha transmitido, mientras simultánemente se les van superponiendo capas de sonido de nueva creación: compuestas, improvisadas, directamente vinculadas al original o a veces profundamente contrastante. Las obras tal como las hemos escuchado siempre siguen allí, pero dialogando con nuevos materiales, diferentes lenguajes y procesos interpretativos alternativos.

 

Nos precede, por supuesto, una larga historia. La historia musical europea en su conjunto surgió de un gesto de este tipo: si el canto llano medieval se hubiera considerado como intocable, se habría seguido cantando a voz sola durante siglos y siglos. Pero no fue así: voces divergentes empezaron a alternarse y superponerse, cada vez más numerosas, a los cantus firmus, en procesos de estratificación en los que se sucedieron a menudo compositores de diferentes generaciones, estilos y lenguas. Y eso que venía avalado por la autoridad divina: ¿no era el propio Espíritu Santo que, en forma de paloma, había dictado a San Gregorio las melodías del que luego se conocería como “canto gregoriano”?

El nombre de nuestro grupo procede directamente de una de esas prácticas, y sin duda una de las más significativas. En la música medieval el tropo era un añadido a una obra preexistente, en forma de comentario. El nombre derivaba del griego τρόπος (tropos), que significaba “giro”, “cambio”. Solía tratarse de un nuevo melisma (con o sin un nuevo texto) o eventualmente de un nuevo texto añadido a un melisma preexistente. Y esa idea de “añadido” es omnipresente en nuestra propuesta.

Por otra parte, en el mundo de la cultura europea, tropo no era un término de nueva creación. Se había utilizado en la retórica clásica como una de las cualidades de la elocutio. Indicaba un cambio de dirección, capaz de dar al contenido original un sentido distinto de lo habitual; de ahí que sean tropos la metáfora, la alegoría, la hipérbole, la ironía, etc. Y el trabajo que realizamos con las obras clásicas está repleto de este gusto por la duplicidad semática: una propuesta multinivel que se proyecta a menudo más allá de lo que se dice explícitamente.

El término tropos ha ocupado, además, un espacio importante también en la filosofía moderna, a partir de D. C. Williams, como parte de la reacción nominalística contra la fascinación de matriz idealista por los universales. También en este caso, el término fue adoptado por evocar conceptos que sentimos muy cercanos y especialmente adecuados en el mundo de la música, como “diversidad” y “transitoriedad”.

Nuestros tropos no son simples “arreglos” y menos todavía “variaciones”: quieren ser una forma diferente de imaginar, interpretar y escuchar el repertorio clásico. Somos bien conscientes que en el oído del oyente, como y más que en el nuestro, la tradición interpretativa es muy presente: esas obras estamos todos acostumbrados a oírlas interpretadas de cierta forma. Y con esas costumbres de escucha contamos, e incluso jugamos.

Por ello hemos querido centrar este primer trabajo en una obra tan emblemática como los Cuadros de una exposición de Mussorgsky: una obra que el mundo fue conociendo por la orquestación de Ravel, tan alejada de la estética de Mussorgsky, y que siempre se ha prestado a cambios, arreglos y lecturas antitéticas del texto, incluso cuando se ha tratado de interpretarla a partir de la partitura pianística original. Una obra extremadamente visionaria, que entremezcla proféticas miradas hacia el futuro con efectos modales fuertemente arcaizantes. Y una obra que ilustra un escalofriante proceso de recepción: el visitante de la “exposición” transita de un cuadro a otro acompañado del sonido siempre cambiante de la promenade hasta encontrarse él mismo engullido por el último cuadro, formando parte de una escena final en la que la barrera entre la obra de arte (es decir, los cuadros) y el espectador se desvanece.

Esto es precisamente lo que esperamos suceda con todas estas versiones: que el oyente se sienta involucrado, a veces sorprendido, otras fascinado, nunca indiferente ante una música cuyo sentido reside esencialmente en como él mismo vaya ubicando la relación entre lo que conoce y lo que no conoce, entre el lenguaje que el compositor adoptó para escribir su obra, la tradición interpretativa que la ha acompañado hasta nosotros y los nuevos materiales que aquí se escucharán por primera vez. Un juego de espejos, una continua sorpresa capaz de reflejar el auténtico sentido de ese “jugar” con la música que pertenece al vocabulario básico de tantos intérpretes alrededor del mundo. Un jugar que replantea la relación entre el compositor y el intérprete, y desde el escenario se proyecta hasta el espectador, en cuya imaginación todo lo que aquí suceda adquirirá ese sentido único e irreproducible que es la razón de ser del itinerario que nos ha llevado hasta aquí.

Luca Chiantore & David Ortolà (Tropos Ensemble)